domingo, 13 de junio de 2010

ANNA

Tras un tiempo sin escribir, aquí os dejo la historia de un personaje nuevo. Estará ambientado en la Nueva orleans sobre 1794 aproximadamente, en un mundo como las novelas de las "Crónicas Vampíricas " de Anne Rice, donde la raza de los vampiros son seres bestiales y monstruosos, a la par que encantadores y  seductores. Una visión casi romanticista de ese mundo de la oscuridad

La protagonista es Anna de Witt. Una joven heredera de 16 años..... El resto de cosas  os la contará su historia. 

Tia Margaret

Anna
Gäel
 
Aquel día estaba sentada en la sala de estar de Tía Margaret. Llevaba dos horas aguantando su sempiterna charla sobre el papel de una mujer, sobre el recato y sobre el deber para con mi familia.
Está claro que Tía Margaret es soltera. Tenía arrugas desde que la conocí y según mis recuerdos de eso hace casi 16 años.

Como iba diciendo, la tarde se me antojaba aburrida y monótona. Me estaba abanicando con mi mano enguantada. Eran los primeros días de Julio y en Nueva Orleáns eso era sinónimo de un bochorno sofocante. Nunca pasa nada en este lugar provinciano.

Sentada con recato en el sofá, estaba asfixiándome con mi vestido blanco inmaculado de tafetán que padre había hecho traer expresamente de París. Mi mente divagaba por entre los maizales de la hacienda, mucho más libre que mi cuerpo.

Los bucles habían comenzado a deshacerse de mi tocado conforme avanzaba la tarde. Nunca comprendí porqué si Madre y Padre iban a la reunión del Alcalde, yo debía quedarme con alguna carabina.

En Boston, donde vivía hasta hace 5 años, la vida nocturna era más ajetreada y divertida. Ahora, en la Hacienda de Witt todo son trabas y aburrimiento.

A lo que viene la charla de la tía es, a que en dos meses más o menos, voy a casarme con un hombre que me dobla la edad, la corpulencia y el patrimonio. Es algo que he evitado a toda costa pero la edad de merecer y la oportunidad de obtener un enlace provechoso para mi familia… está pasando.

Tía Margaret seguía con su perorata cuando decidí ir por limonada. Sumisión, esa era la clave. Lo debió ver con buenos ojos y aunque tiene un excelente servicio doméstico de color, fui por la bebida. Al fijarme, había caído ya el sol por el horizonte y comencé a oír tambores que llamaron mi atención en el patio trasero de la hacienda de Margaret.

Sabía que los esclavos y los de baja ralea se reúnen para celebrar sus festividades paganas, lejos de las manos del señor todopoderoso, unas herencias arraigadas de cuando vivían con los animistas en África. O al menos eso es lo que dice el tío Clancy, el reverendo de la parroquia del Norte.

Ese día no habría sido nada digno de mención ni de recuerdo, si no hubiera sido porque me topé con una de las criaturas más fascinantes que jamás pensé que poblasen la tierra.

Él era alto y fibroso. Masculino. Demasiado masculino. Su color más que negro era semejante al chocolate claro y sus rasgos eran finos, demasiado para ser un hombre de color. Sin embargo lo que más me impactó no fue su mirada cambiante y dorada, sino la lujuria que conseguí ver a través de ellos.

El fuego relucía cercano en una hoguera y los mestizos y mulatos danzaban a su alrededor mientras bebían. Pero nada de ese frenesí parecía afectarme y el mundo a mi alrededor discurría tan lento como si se hubiera podido paralizar.

Fue solo un segundo. Recuerdo que fue solo un segundo. Un solo segundo que me desvelo un sentimiento profundo y desasosegante: que la sonrisa sardónica que esbozaba podría conducirme a la perdición si se lo proponía.

Jamás pensé que así sería.

Abochornada y ruborizada por mis sentimientos huí de la posesión de sus ojos con vergüenza, escondiéndome de su influjo, chocándome con las paredes hasta llegar al estar. La respiración entrecortada y la incomodidad tardaron demasiado en pasarse. Y mientras Margaret, ajena a mis tribulaciones, proseguía con su discurso, mi mente rememoraba ese segundo fatídico.

Desde entonces, todo cambió. Las noches se volvieron insoportables en la soledad de mi alcoba y pensamientos impuros, lascivos, poblaron mi mente sin saber siquiera de dónde podrían provenir. En mi condición de heredera virginal, habían protegido mi inocencia. Mas el sentimiento que se extendía desde el interior de mi vientre cada vez que pensaba en Él, mi misterioso desconocido, tenía poco de casto y recatado. Era fuego y líquido.

Las visitas a la casa de Margaret me producían una mezcolanza de angustia y anhelo. El pavor de verlo y el temor de no verlo. Una contradicción dentro de mi misma. Un acto que despertaba la mujer libidinosa que subyacía dormida en mí. Él despertaba en mí el deseo del pecado.


Al anochecer de otro día de Agosto, volví a toparme con sus ojos que regresaron a prendar a los míos. Esta vez, la Hacienda dormía. Nueva Orleáns hibernaba en el silencio de los grillos entre la paja segada. Las antorchas habían sido apagadas hacía horas y era de suponer que todos estaban a merced de los brazos de Morfeo.
La desazón de mi soledad y el calor insoportable del estío me habían obligado a salir a porche, a pasear. El camisón se enredaba entre mis talones al avanzar, se pegaba a mi cuerpo y el aire estancado apenas movía el pelo revuelto.

Y de repente, Él estaba ahí. Seductor y furtivo. Mirándome desde la oscuridad que arrojan los árboles. Oculto de la luz de la luna, pero sus ojos, esos ojos por los que me convertiría en una mujer perdida si me lo pidiera…. esos ojos estaban ahí.
Y otro segundo después ya no estaban. La confusión y la congoja me azotaban a partes iguales. El no saber donde había ido y la sensación de pérdida por no encontrarle.

Otro segundo y noté como estaba tras de mí. Y el mundo empezó a girar y yo con él. Sus pasos seguros no hacían resonar la madera del piso. Mis pies desnudos si sentían ese tacto rugoso, tanto como mis manos podían intuir la tersura de sus músculos bajo el linón de la camisa tosca. Bajé la mirada por pudor y vergüenza, mientras el seguía a mi alrededor, caminando suave, acechándome como un depredador. Mi propia percepción era capaz de notar que dibujaba de nuevo esa sonrisa de perdición en su rostro de ángel de ébano.

Solo fue otro segundo y su mano (una mano suave, no de esclavo) elevó mi mentón, haciendo que me perdiera de nuevo en el abismo oscuro de sus ojos dorados.

Y al siguiente segundo es cuando comencé a pensar que no era más que otro producto de mi imaginación. Un sueño. Estaba sola en el porche.

Sola y en silencio.

Y sin embargo el lugar donde rozó mi piel, aún me arde.

8 comentarios:

  1. por fin!! has vuelto!!
    Me ha gustado mucho. Un besito.

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  2. Me lo apunto y te leo tranquilamente en unos días. Podríamos organizar una quedada este verano, no??

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  3. PUes estaría Re-bien :)
    Mar quiere ir a ver a placebo a cordoba, pero no se cuando es. Creo qeu sobre el 23 de juls

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  4. jeje, ya son varios los que se vienen a ver Placebo, tendré que escucharlos que soy una inculta musical. No puedo ofrecer cama, lo siento, pero sí compañía. Un beso

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  5. Leído!! por fin!
    Me ha gustado mucho, ¿seguirás la historia?

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  6. En realidad la estoy siguiendo en rol. Pero esto pensando poner la del resto de personajes... lo unico malo es que tienen letras especiales y quería reproducirlas.

    Me alegro que te gustara

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  7. Que alegria saber de ti! Hacia mil que no tenia nocion de tus peripecias me alegra que sigas con los mundos oniricos y lugubres. Si vienes por Sevilla avisa que te tengo que invitar a un cafe para darte las gracias por tus clases de geometria. Un beso

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  8. ...¿Clases de geometria?

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