domingo, 4 de diciembre de 2011

Acéptalo, ya no eres Alicia.

- ¿Y bien?¿Dónde la encontraste? - me preguntó reclinado en su silla, balanceándose como si no le importara lo más mínimo, cosa que yo sabía que si por la intensidad de su mirada. 

Eran demasiados años y aunque él fuese él más jodidamente listo de esta manada, había cosas que no se me escapaban, como que estaba preocupado por la muchacha y que se hacía demasiadas preguntas. 

- Pues donde las últimas tres veces. En la misma esquina. El mismo día a la misma hora.

Me senté en el escritorio con una pierna colgando y el codo apoyado sobre la rodilla. 

- Habla con ella, Cris. En serio. Tiene que empezar a poner los pies en la tierra. Esa ya no es su vida, ahora su vida es esto. 

Me interrumpió con un gesto de la mano. Yo sabía que me estaba pasando pero me jodía ver como él no le paraba los pies a la niñata.

- ¿Crees que no lo he intentado? Ya lo he hecho y ¿sabes que se limita a hacer? Sentarse en la silla y no escucharme. Intenté explicarle hace dos días que son los Rituales y la importancia.... te juro que... 

Sabía lo que pasaba por la cabeza de mi ductus. ¿Había hecho bien? ¿Se habría precipitado? ¿Era realmente la adecuada? Son otros tiempos, más convulsos y laxos. Esto no se habría permitido hace veinte años. No lo habría permitido ningún otro Guardián. No con Monçada vivo. Pero Cris parece tenerle una paciencia especial a la chica. 

- Hablaré con ella... otra vez. Quiero darle una oportunidad para que espabile por sí sola. Esto no es un patio de colegio - apretó la pluma en su mano recostado en la silla giratoria - Y no es una niña.

Se inclinó y desde la mampara transparente del despacho, la vió sentada en su espacio de cualquier manera, indolente, mirando a la nada. Y frunció el ceño desagradado. 



La joven pegó un salto cuando apareció por detrás suya con una frase ronca en la boca

- ¿Qué haces aquí?

Se volvió hacia él, enervada y al comprobar la identidad, relajó el rostro y volvió a lo que estaba, husmeando desde una esquina cómo un chaval cercano a los treinta, con pintas de pijo repulido, salía de un portal. 

- ¿Te manda... mi... él? - dijo reticente con esa voz de postadolescente cabreada con el mundo.

- Sire. Puedes decirlo. 

- Ya, como quieras

- Alicia...  - advirtió el tipo con unas pintas que habría hecho cruzarse a otra acera a gran parte de la población de Madrid

- No soy Alicia - hay un silencio tenso - Es Fernando - señala al tipo - Ha vuelto a retomar los estudios ¿sabes? Nunca pensé que diría esto, pero le echo de menos - confesó por fin - Creo que va a cenar con papá y mamá, tienen reserva como cada Sábado en el Casino de Gran Vía. Reserva sólo para tres - suspira - Hoy parece que tiene mejor cara. 
Dullio posó sus manos sobre el hombro de la chica que ya no era Alicia. 

- Tu misma lo has dicho, esta ya no es tu vida. Ólvidalos... o les harás daño. Y no creo que desees eso. Aunque si es asi, cuenta conmigo - le guiñó cómplice, lo que consiguió arrancar probablemente la primera sonrisa real de sus preciosos labios desde hacía dos meses. 

- Les voy a extrañar. A mi familia. A mi padre....

- Ahora tienes una nueva y un nuevo papel - reiteró el hombre - Vamos, nena, te invito a un trago y hablamos por el camino. Pero que no se entere Zel o me matará por no haberla avisado 

Y con las manos en la espalda de la chica que empezaba a dejar atrás su pasado, la sacó de aquella esquina, distrayéndola. 


- No soy su padre - remarcó - Ya lo hemos hablado, y se empeña en comportarse como tal cosa. 

Comprendía como se sentía Cris. La Espada no era lugar para niñaterías. Si algo había aprendido es que el Sabbat no crea cobardes ni estúpidos. Y ella no lo era, ni lo uno ni lo otro, pero si seguía remoloneando en sus deberes terminaría cansando a alguien. Por ejemplo al Obispo. Y en estos días eso no sería nada bueno. Nada de nada. Eso encabronaría hasta al más santo de los Sires. El esfuerzo de elegir e investigar a un chiquillo, tirado por la borda por la insensatez de la niña. Alicia no se daba cuenta de ello. 

- A otro quizás no le importaría pero ella va a tener que buscarse un nombre mejor que Alicia. Ese le trae demasiados recuerdos - intenté romper el hielo - Tiene que aceptar lo que es y quién es ahora.

Me sorprendía a mi mismo a veces; pero cuando mi ductus pedía mi opinión como sacerdote ( y como amigo) no podía sino poner toda la cordura en el asador y si era necesario, hacer de abogado del diablo de la pobre muchacha. Algún día se daría cuenta que podía conseguir mucho más de su Sire por las buenas que por las malas. Pero no sería yo quien se lo hiciera ver. Así como no le diría a Cristian que hay ocasiones en que el alumno necesita una disciplina algo más férrea. Que dejarla a su aire no era precisamente lo mejor con una chica que estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya y a hacer lo que le diera la gana. Pero eso es decirle a un colega cómo llevar a su chiquillo. Y cada uno debe saber como manejarse con su progenie. Aunque sea una muchachita tan encantadoramente tozuda. Yo no sería quien me metiera en esos berenjenales.

- Alicia, ¿puedes venir un momento?

Me levanté cuando Cristian la llamó y ella acudió de bastante mala gana, se repantingó en el sillón de peor gana aún y le dirigió a Cris una mirada que elevaba al cuadrado la abulia que mostraban sus formas. Y a mi un gesto entre la desconfianza y la rabia. 

Salí discretamente del despacho alegando que tenía tema con el asunto de los latin, viendo que el ambiente se iba a poner caldeadito y al pasar por delante de Mortimer musité algo así como " tío, la próxima vez, la sigues tú"

Desde su rincón oscuro, el Nosferatu contestó con algo que parecía una risa de un perro ahogándose. 

Levanté la persinana del supermercado, esperando que a la vuelta, las aguas se hubieran calmado.

Estudiándola...

Ella estaba sola en la barra esperando a que el camarero le sirviera por fin las tres bebidas que había pedido hacía más de cinco minutos. Que poca consideración para una muchacha tan guapa. Y tan especial. Ese camarero se estaba ganando un correctivo. Y todo porque no le había seguido la gracia cuando intentó entrarle. Encima, el gilipollas del rollete con el que había venido la dejaba ir sola. ¿Que caballero haría eso?

Estaba empezando a impacientarse. Lo sabía por el tamborileo constante de los dedos sobre el acero y esa expresión que comenzaba a serle familiar. Lo sabía porque llevaba unas pocas noches observándola y reconocía esa pequeña mueca de desagrado que esbozaban sus labios.

Se puso frente a ella, con un billete de mil en la mano y el codo reposando encima de un charco pegajoso de ginebra. ¿Ahora es cuando el orangután metido a coctelero ponía por fin los tres vasos? Maldito sea, que inoportuno. Aún así, él le sonrió y por encima de las luces epilépticas de la discoteca y una música que se podía cortar con cuchillo pudo ver que ella se había percatado de su movimiento. Y que no le había hecho ninguna gracia.

- ¿Puedo invitarte?

Le encantaba, si señor, le gustaba lo que había visto en esa mirada. Ese gesto, dirigido a un mosquito insignificante que deseaba aplastar; esa mirada de hielo que era capaz de petrificar un infierno mientras cogía las copas con ambas manos. Eso. Eso habría hecho retroceder a cualquier otro. Una pena que no le fuese a servir con él. Ya había comprobado lo que deseaba y no se adentró en la sudorosa marabunta humana para seguirla.

No se había equivocado hacía una semana. Había pasado demasiado desde que siguiera su última corazonada y esta vez se alegraba de no haber perdido su toque. 


Apoyó ambos codos despreocupado en la barra y de lejos, la observaba intensamente. Era jóven aún. Como el buen vino todavía debía madurar. Tiempo al tiempo.

....¿Le conoces? .....Pues es bastante guapo, podrías presentarmelo, rica, que no todas tenemos pareja.....

No escuchó (más bien intuyó) nada más de lo que le decía aquella otra muchacha. Ni le importaba. Ella cogió la copa, le dio un trago y se marchó con el chaval con el que había venido. Con la música a otra parte. No se volvió a mirar hacia el rincón donde estaba, ni falta que hacía.

 Apenas cinco minutos después él, el que le había parecido atractivo a alguien sin importancia, salía del local con las manos metidas en los bolsillos. Caminó taciturno por una de las muchas calles llenas de un Madrid que comenzaba a despuntar los primeros días del otoño y que se avecinaban fríos.

La puerta chirrió al abrirse. Como siempre. Alguien debería echarle aceite. Y como siempre, en la misma esquina estaba cada cual metido en sus asuntos. Asuntos que no preguntaba más que para obtener resultados. Allá cada uno con como pasaba sus noches. 

- ¿Y a este que cojones le pasa ahora? - preguntó Dullio, el tipo con pintas de macarra verbenero, despatarrado entre cojines con el deplorable aspecto de una resaca.

Dullio se incorporó asomándose  por encima de las cajas, para mirar a su flamante compañera de manada, elevando una ceja inquisidora. ¿Había sido Zelenia? ¿Tenía esa expresión por ella? ¿Habrían vuelto a las andadas? ¿Otra vez? A juzgar por el gesto que le devolvió ella, diría que no sabía en qué ajo andaba metido su colega.

 - ¡Eh Cris! Tío ¿qué te ha dado?

Hacía años que no le veía sonreir de esa manera. Demasiados años. Eso le resultaba inquietante. Él, Cristian, se giró, le devolvió una de sus típicas miradas enigmáticas y su gesto se volvió más amplio si cabía. Estaba contento y en esos tiempos era demasiado decir.

Entró en su despacho tranquilo, dejando que las sombras cerraran suavemente la puerta tras de sí.