domingo, 4 de diciembre de 2011

Estudiándola...

Ella estaba sola en la barra esperando a que el camarero le sirviera por fin las tres bebidas que había pedido hacía más de cinco minutos. Que poca consideración para una muchacha tan guapa. Y tan especial. Ese camarero se estaba ganando un correctivo. Y todo porque no le había seguido la gracia cuando intentó entrarle. Encima, el gilipollas del rollete con el que había venido la dejaba ir sola. ¿Que caballero haría eso?

Estaba empezando a impacientarse. Lo sabía por el tamborileo constante de los dedos sobre el acero y esa expresión que comenzaba a serle familiar. Lo sabía porque llevaba unas pocas noches observándola y reconocía esa pequeña mueca de desagrado que esbozaban sus labios.

Se puso frente a ella, con un billete de mil en la mano y el codo reposando encima de un charco pegajoso de ginebra. ¿Ahora es cuando el orangután metido a coctelero ponía por fin los tres vasos? Maldito sea, que inoportuno. Aún así, él le sonrió y por encima de las luces epilépticas de la discoteca y una música que se podía cortar con cuchillo pudo ver que ella se había percatado de su movimiento. Y que no le había hecho ninguna gracia.

- ¿Puedo invitarte?

Le encantaba, si señor, le gustaba lo que había visto en esa mirada. Ese gesto, dirigido a un mosquito insignificante que deseaba aplastar; esa mirada de hielo que era capaz de petrificar un infierno mientras cogía las copas con ambas manos. Eso. Eso habría hecho retroceder a cualquier otro. Una pena que no le fuese a servir con él. Ya había comprobado lo que deseaba y no se adentró en la sudorosa marabunta humana para seguirla.

No se había equivocado hacía una semana. Había pasado demasiado desde que siguiera su última corazonada y esta vez se alegraba de no haber perdido su toque. 


Apoyó ambos codos despreocupado en la barra y de lejos, la observaba intensamente. Era jóven aún. Como el buen vino todavía debía madurar. Tiempo al tiempo.

....¿Le conoces? .....Pues es bastante guapo, podrías presentarmelo, rica, que no todas tenemos pareja.....

No escuchó (más bien intuyó) nada más de lo que le decía aquella otra muchacha. Ni le importaba. Ella cogió la copa, le dio un trago y se marchó con el chaval con el que había venido. Con la música a otra parte. No se volvió a mirar hacia el rincón donde estaba, ni falta que hacía.

 Apenas cinco minutos después él, el que le había parecido atractivo a alguien sin importancia, salía del local con las manos metidas en los bolsillos. Caminó taciturno por una de las muchas calles llenas de un Madrid que comenzaba a despuntar los primeros días del otoño y que se avecinaban fríos.

La puerta chirrió al abrirse. Como siempre. Alguien debería echarle aceite. Y como siempre, en la misma esquina estaba cada cual metido en sus asuntos. Asuntos que no preguntaba más que para obtener resultados. Allá cada uno con como pasaba sus noches. 

- ¿Y a este que cojones le pasa ahora? - preguntó Dullio, el tipo con pintas de macarra verbenero, despatarrado entre cojines con el deplorable aspecto de una resaca.

Dullio se incorporó asomándose  por encima de las cajas, para mirar a su flamante compañera de manada, elevando una ceja inquisidora. ¿Había sido Zelenia? ¿Tenía esa expresión por ella? ¿Habrían vuelto a las andadas? ¿Otra vez? A juzgar por el gesto que le devolvió ella, diría que no sabía en qué ajo andaba metido su colega.

 - ¡Eh Cris! Tío ¿qué te ha dado?

Hacía años que no le veía sonreir de esa manera. Demasiados años. Eso le resultaba inquietante. Él, Cristian, se giró, le devolvió una de sus típicas miradas enigmáticas y su gesto se volvió más amplio si cabía. Estaba contento y en esos tiempos era demasiado decir.

Entró en su despacho tranquilo, dejando que las sombras cerraran suavemente la puerta tras de sí.

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