martes, 15 de diciembre de 2009

El callejón de los suspiros. Parte I


El callejón está oscuro. Ni siquiera los guardias hacen ronda por esa parte de la ciudad, a pesar de que se les tiene dicho de realizarla. Eso es conveniente para los pasos del hombre. No son escuchados, no son sentidos. El cuero en la planta de sus pies amortigua las pisadas contra los adoquines. Una sombra en las sombras. Convenientemente solitario.


Su rostro desconocido y tapado por una capucha, al igual que su nombre y sus intenciones. A mitad de la calle lóbrega se para y toca en una puerta. En el quicio hay unas señales irreconocibles para ojos que no quieren ni pueden ver. Pero él toca.


     - Llegas tarde - una voz rasposa desde dentro.
     - Lo sé – seco -. Abre; daré explicaciones a tu amo.


Las bisagras oxidadas chirrían al entornar el portalón y el encapuchado se desliza hacia el interior de lo que se puede creer que es un hogar. Ahora si que impera el silencio en la noche.
Él retira su cobertura, ambas caras reconocidas no se dedican ni una mirada fugaz. ¿Para que? Saben lo que van a ver en los ojos del otro.


     - Te espera en el salón – rudo – Es más de una hora la que lleva impacientándose.
     - He dicho que daré explicaciones a tu amo – severo – Y te convendría mostrar un poco más de respeto


El rostro blanquecino le mira inhumano. Sus facciones modeladas por lustros de pesar dolor son el reflejo de su alma marchita. Su interlocutor, siente como el pánico se apodera de él y debe bajar sumisamente la cabeza. Hay silencio de nuevo, sus palabras han traspasado cualquier límite razonable. Al menos razonable para lo que es él.


     - Como digáis, mi señor – consiente – Os acompaño al lugar.


Retira su capa asintiendo ante la oferta del criado. No es propio mostrarse ante su señor, con tales vestiduras raídas y llenas de polvo del viaje. Aunque así lo requiriese el encargo. Se atusa su melena desarreglada y su barba, comprobando el estado del uniforme de la orden. Definitivamente, esos ropajes han visto noches mejores, pero poco se podía hacer ya. Había oído al turco, llevaba una hora esperando y precisamente la paciencia no era uno de los fuertes de su señor.   Mucho menos cuando el mensaje que portaba no hacía nada por mejorar las posibilidades de evitar su cólera.


El descenso por los rincones de la casa y las puertas ocultas entre los tapices se le antojó eterno y agónico. No quería ni enfrentar la fuerza de su mirada por el dolor que sabía que podía arrojar sobre él. Porque con un vistazo “él” sabría que no mentía y eso era peor que mentir. A veces, deseaba no ser tan transparente. O no serlo para él, pero nada podía evitarlo. Sus lazos le ligaba y le obligaba.


El turco tomó entonces un candelabro sobre un mueble viejo a su izquierda, encendió las 2 velas que había en él y prosiguió el descenso por los escalones irregulares tallados en piedra. Más cerca de una posible condenación. Y más lejos de las puertas. Pero no en vano él era lo más parecido a un mercenario y cumplía sus misiones. Y esta era una más de ellas. Quizás la última.


La puerta de roble a su frente estaba remachada con unas simples tachuelas  y entre los huecos de la madera podía ver la luz anaranjada que sale de la sala. Un amago de suspiro, puesto que uno de verdad no sería cierto, y valor.


Sus ánimos se perciben en la sala. El enojo es mucho mayor de lo previsto. Podía notarlo en la forma en que sus nudillos agarraban el material del reposabrazos de metal. Mal… peor.


Se arrodilla y baja la cabeza. Su acompañante se retira y cierra la única comunicación con el exterior.


     - Disculpad el retraso de este humilde siervo vuestro. No merezco la compasión que demostráis mi señor. Deseaba estar seguro de poder cumplir con el encargo.   
     - No merecéis ni un retazo de la sangre que disfrutáis – enérgico y malhumorado – pero aún así, sé que no ha sido vuestra falla – meditabundo y mirando al techo – De todas maneras, os demorasteis. No solo con vuestra presencia, sino con vuestras noticias que ya están desfasadas. Ya me informaron “otros” Malaka ha caído – con regocijo.
     - Entonces, mi señor – servil – vuestros planes progresan como planeó.
     - No todos – gruñe – Maldita “niña”
     - Hay algo más, mi señor… – calla con el silencio de los condenados.

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