sábado, 19 de diciembre de 2009

En el metro no hace frio.

Hay un ritual que me gusta de los días que paso en Madrid.

Me pongo un abrigo grueso. Uno acolchado que he comprado expresamente para irme allí. Ajusto mis guantes y en el bolsillo trasero del vaquero, guardo el abono de 10 viajes rosa. Siempre es igual. Los mismos pasos, el mp3 sonando hasta la puerta del metro y mientras bajo las escaleras, te recibe una bocanada de aire.

En el metro no hace frío.

Al contrario. En cuanto entro por la puerta, quito siempre el guante izquierdo y luego el derecho y llevo la mano a mi pantalón. Son esos pequeños gestos que no olvido. ¿A la izquierda o a la derecha? Ya casi ni miro los carteles. Siempre a la izquierda. Corro escaleras mecánicas abajo y me voy al fondo de la estación, porque en la siguiente, me pilla mejor para bajarme. Es una racionalidad que voy perfeccionando día a dia.

Hoy es uno de los trenes de esos nuevos que son con asientos más comodos y no me hace sentirme en los años 70. Siempre va lleno y siempre va gente, aunque ponga

Siguiente tren direccion Arganda del Rey
01 minutos

Me hace gracia, pierdes uno y piensas, sólo un minuto. Casi sonrio. Si no fuera porque tengo prisa me quedaría horas en el metro viendo pasar la gente. Casi pienso que podrías saber mucho de todos por como se comportan. Siento que se reune allá abajo un coctail de todo un poco. El hombre de enfrente tiene barba y aunque su pinta es de empresario, le veo leer un periodico de estos gratuitos como el que. La chica de color de enfrente lee Rayuela y me acuerdo de Patri (vuelvo a sonreir)

Todo esto, siempre observado desde la parte de arriba de mi libro. Me siento un poco más espectadora cada día que entro.

Esta mañana me di cuenta que todos tienen la misma cara y el mismo gesto. Anodino y neutro y decidi mirarme al espejo (vi que tenia el mismo, un gesto que no era mío) y esboce una risa bien abierta, de repente, la mujer de enfrente también lo hizo. El día mejoraba un poco.

La muchacha joven (apenas llegaría a la treintena) de enfrente, está dormida, pero estoy segura que sabe cuando tiene que pararse. Es toda una ciencia y es fascinante ver como se para en la Avenida América y hordas de gente (como solo se ven en el telediario en rebajas) salen para tomar la línea 6 o la 4. Corro hacia el otro metro y suena el pitido pero he conseguido llegar, sobre todo porque me dije que me subiria y lo hice.

Encuentro un sitio para pasar las 6 paradas que separan Avenida América de Ciudad universitaria y vuelvo a la rutina de quitar el pequeño bono (mi salvapáginas madrileño) y seguir leyendo.

Tengo que decir algo realmente bueno. La gente lee más y eso es contagioso. Sería 20 o 25 en el vagón y al menos 10 iban leyendo. Al día siguiente me llevé un libro porque me apetecía.

Llego a la estación y de nuevo el ritual, mientras camino (he cogido un vicio a componerme mientras ando) me pongo el acolchado de maldito doble carro que siempre se engancha y antes de pasar la barrera para salir, ya estoy totalmente vestida y con calor.

Y es que en el metro no hace frío, pero fuera si.

Supongo que es otra forma de sentir el tiempo, allá abajo parece que no pasa y lo que fueron 5 minutos, bien pudieron parecer 30. Pero sobre todo, al contrario. Y es que miro el reloj y cuando llego a clase ha pasado 1 hora desde que sali.

Sonrio porque se que a la vuelta, otras 10 o 15 paginas del libro me esperan. Ya no tengo excusa para decir que no tengo tiempo para leer, ni tengo que poner excusas para poder leer. Me gusta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario